
Las enormes columnas de ceniza que lanza el Reventador, por efecto de los vientos, se trasladan hacia el noroccidente poniendo en riesgo a ciudades como Ibarra y Tulcán, en el callejón interandino y al puerto de Esmeraldas en la costa del Pacífico y a las instalaciones para industrializar y exportar el petróleo que allí funcionan.